domingo, 17 de febrero de 2013

Más que a nada en el mundo

No sé, no sabría decirle cuál mirada me gusta más de ella.

Conocí la ternura desde la primera vez que la vi a los ojos, esa tarde en el Centro cuando nos detuvimos a escuchar al organillero. "Me fascina el sonido que soplan esas máquinas, me impresiona tanto o más que cualquier invento del hombre", decía.

Amo también el recuerdo del brillo en sus ojos cuando la veía de reojo en el cine; por la intensidad con que iluminaba toda la sala, podía saber qué tanto le gustaba lo que veíamos. Eso y acariciar su rodilla en la oscuridad hacían que el silencio valiera la pena.

También sus ojos, perdidos entre las letras de un libro, me llenaban la vida.

Ellos, tanto como su boca eran mi mundo. Su abrazo, la manera en que hundía su cabeza en mi cuello, eran mi momento de felicidad cada día.

Todo lo que ella hacía era una maravilla; su mente llena de ideas e inteligencia hicieron que me olvidara de todo, hasta de mis tristezas casi milenarias.

Si ella estuviera a mi lado, tal vez le diría que la mirada que más extraño no es la de mi madre, sino la suya cada vez que hacíamos el amor y permanecíamos desnudos, callados uno al lado del otro. Eso es lo que extraño más que a nada en el mundo.

domingo, 10 de febrero de 2013

Los muertos vivos: Homo Zombie

Todos pensaban que el Apocalipsis Zombie iniciaría con una bacteria creada en un laboratorio o un desastre nuclear; otros pensaban que llegaría del espacio ese motor por el cual los muertos se levantarían de sus tumbas o de sus lechos para comerse a media humanidad. Vivíamos engañados, el gen zombie estaba en nosotros.

Estaba en nuestra sangre, en nuestros huesos; estaba en nuestros hombros cada vez que rozaban el hombro del otro en el transporte público. Latía en nuestro corazón lleno de furia mientras esperábamos en el tráfico; en el estómago cada vez que veíamos a un político abusar de la demagogia. Se sentía vivo y fortalecido con el odio.

Ya éramos zombies bien vestidos compartiendo asiento en el transporte colectivo, en los restaurantes. Nos dábamos la paz en misa calmando el hambre de arrancarle de una mordida un pedazo de carne al otro. Disimulábamos muy bien la condena.

Fue así que un día, harta de los empujones del señor de junto, la secretaria que viajaba rumbo a su casa no pudo más y dejó salir al zombie. Soltó la bolsa y el gen del muerto vivo empezó a brotar de su frente brillando entre las gotas de sudor. Cuando el bolso cayó en el pie del gordo, levantó la vista y pudo ver los ojos ya muertos de la secretaria; ésta, soltó la mordida hambrienta en contra de la cara del gordo mientras su largas uñas de acrílico se aferraban a su yugular.

El pánico, el miedo y el enojo detonaron el gen del resto de los viajantes, así empezó el Apocalipsis Zombie. Siempre se lo dije al señor Alcalde: el pésimo servicio de transporte de la ciudad provocará un lamentable accidente un día de estos.