domingo, 31 de agosto de 2014

Lo que pasó

No, no quiero contarles todo lo que pasó. No con lujo de detalle porque no terminaría nunca.

No quiero aburrirlos ni que este bichito que llevo dentro se convierta en el centro de atención. Sé que estará conmigo toda la vida y que me tengo que cuidar de él, pero no quiero que esté en mi cabeza todo el tiempo.

Sí, tengo diabetes. No, no sabía que la padecía, es por eso que un estado mixto de anemia y glucosa elevada me provocaron una cetoacidosis que me llevó al hospital. Nunca me había desmayado y no sabía qué se sentía que te dijeran "llegaste a punto de morir".

Estuve en el Hospital General internada semana y media. Pasé una semana en terapia intensiva y dos días esperando un traslado a endocrinología que nunca llegó. Lo que sí llegó fue un cuarto con personas con enfermedades respiratorias y una colonia de cucarachas del cuál prácticamente huí.

Después de varios días donde lo único que escuchaba era la predicción de un futuro dependiente a la insulina, hoy estoy controlando mi glucosa con medicamento oral y dieta.

Conocí la calidad humana y de servicio de muchas personas y también el lado oscuro de aquellas que hace mucho perdieron el amor por su profesión. Me hicieron reír y también llorar. Comprendí que la verdadera igualdad de sexo era aceptar que un enfermero me bañara y supiera que me "había bajado" (sí; eramos muchos y parió la abuela).

Lloré porque llegó mi periodo. Lloré porque tenía una sonda en la vejiga. Lloré porque no me gustaba lo que me daban de comer, porque quería mi casa y mi cama. Lloré porque extrañaba a mi cuñada. Lloré porque quería ver a mi perra e imaginaba lo sola que se sentía. Lloré porque me enredaron el cabello y mi cabeza parecía un nido de pájaros y mi mamá no podía desenredarlo. Lloré porque ella se veía cada día más cansada. Lloré porque le salieron y me salieron más canas. Lloré cuando vi por primera vez a mi hermano. Él lloró y los dos lloramos como cuando éramos chamacos. De alegría, de tanto amor.

Lloré cuando me contó de la cantidad de personas que hablaban todos los días y tantas veces para preguntar cómo estaba, qué se ofrecía, cómo podían ayudar. Lloré cuando pude tener mi celular en la mano y vi tantos mensajes deseando lo mejor. Lloré cuando Cinthya me habló por teléfono.

Lloré porque estoy viva.

Lloré esta mañana porque esa ropa que había guardado para usarla "cuando bajara de peso", me queda. Lloré por ese peso que perdí a la mala.

Semanas antes de entrar al hospital, en mi cabeza rondaba la idea de que necesitaba un cambio de vida... y llegó esto.

No sé si crean en Dios o en un poder superior, pero alguien tal vez escuchó mi idea. Alguien tal vez pensó que necesitaba darme cuenta de que amarte a ti mismo también es cuidarte. Ya ven lo que dicen: uno aprende a trancazos.

Los demás detalles saldrán en las sobremesas, en las pláticas con los amigos que han estado y espero me sigan acompañando en esta nueva vida.

No se salvaron, aquí seguiré dando lata.