lunes, 22 de marzo de 2010

Poema 15 de Neruda (paráfrasis)

Me gustas cuando callas porque estás como ausente
y te oigo desde lejos y tu voz no me toca,
parece que los ojos se te hubieran hundido y
parece que tus trivialidades te cerraran la boca.

Antes, las cosas estaban llenas de tu alma.
Emergías de las cosas, llenabas mi alma.
Eras mariposa en mis sueños, te parecías a mi alma
y, ahora, te pareces a la palabra infamia.

Me gustas cuando callas y estás como distante
y estás quejándote, como una mariposa atrapada
entre la cortina y la ventana.
Y me oyes al oído y mi voz de ahorca.
Deja que tu silencio ilumine la mañana.

Deja que ahora sea yo el que hable con tu griterio,
duro como la roca, amenazante como el aulllido.
Eras como la penumbra, basta e incontenible.
Tu silencio es estrella, tan lejano y sencillo.

Me gustas cuando callas porque estás como ausente.
Distante y dolorosa, como tu palabra me deja siempre.
Y te imagino como si hubieras muerto.
Mi palabra fluida, mi sonrisa me basta.
Y estoy tan alegre, alegre de que ésta vez no sea un sueño.

Parafraseado el -040906-

lunes, 15 de marzo de 2010

El hombre con cara de aviso oportuno




Sus pasos lo llevaban siempre al mismo café al salir del trabajo, a sentarse en el mismo banco de la barra, a pedir el mismo americano de siempre. Sin azúcar, así se había acostumbrado a tomarlo desde hacía mucho tiempo.

Escuchaba y veía de reojo a las camareras comentar entre cuchicheos: "Ese hombre tiene cara de aviso oportuno: Se solicita sonrisa, no es necesario presentar referencias". En el fondo él sonreía, mientras se veía en el espejo de la contra barra. ¿Cómo era posible que les importara tanto su falta de alegría? ¿Era necesario sostener siempre una sonrisa?

Como su rutina lo marcaba, siempre se dirigía a la Plaza del Caballito a mirar las luces que iluminaban los museos... Ese era el momento que cerraba su andar por la ciudad. Se despedía en silencio de aquel rey montado y le deseaba buena noche.

Llegaba a casa prendiendo sólo la luz del corredor; emtre de sus manías, no le gustaba perturbar la paz de su propio hogar. Le gustaba ver sus libros, sus cuadros, aquellos sillones de piel  iluminados a media luz de los cuales se enamoró a primera vista en la mueblería.

Prendía la tele sólo para irse apagando poco a poco...

Rutina matutina: Baño... pasar los dedos sobre su ropa tendida en la cama. Ropa impecablemente planchada. Desayuno... café americano sin azúcar, pan tostado con mantequilla y miel que guardaba en ese frasco que perteneció a su madre. Esa era la única sonrisa del día, cuando miraba ese frasco de cerámica en forma de enjambre con su tapa rematada por dos abejitas.

Tomaba el saco y volteaba a ver ese departamento, esos libros, esos cuadros, esos sillones de piel que se quedaban a merced de su soledad.

Trabajo... Comida... Trabajo. Camino al café para abandonarse en ese banco, en esa barra. Abandonarse en la taza de café humeante y dejar su rostro en el espejo de la contra barra y a merced de esas meseras...

Esa noche fue distinta; caminó hacia la Plaza del Caballito a mirar sus edificios. Si algo tenía seguro era que el rey montado en su caballo estaría ahí para darle las buenas noches. La luna alumbraba todo como queriendo opacar las luces artificiales. El rey tenía una luz distinta en su semblante, lucía más encantador y triunfador que las noches anteriores.

Se animó a hacer algo distinto esa noche. No miró los edificios, no miró aquel monumento. Se dedicó a ver la luna, a tratar de delinear ese conejo mitológico. Sólo el dolor en el cuello lo obligó a apartar la vista de esa luz. Sonrió por primera vez en aquella plaza y volteó a ver de nuevo al rey... Pero el rey ya no estaba en su lugar.

Extrañado caminó hacia atrás. "Eso no era posible", se decía. Preso de la confusión, escuchó a lo lejos el correr de un caballo sobre el adoquín. El corazón se le salía del pecho y en su frente empezaba a surgir el sudor frío de la sorpresa. De pronto, escuchó a sus espaldas el crujir metálico de una maquinaria antigua. Volteó y vio al rey. "Eso no era posible" seguía repitiéndose.

El rey se acercaba a él con decisión. No podía creerlo, ¡había cobrado vida! Su corazón latía cada vez más rápido. Buscaba por todos lados algún ser que le pudiera decir que eso era una ilusión, pero no había nadie alrededor. La distancia se hizo más corta y el olor del bronce entraba por su nariz. "Decidí bajar por un momento para desearle una buena noche caballero, tanta descortesía me estaba matando".

El hombre lleno de tantas rutinas, de tantas sonrisas reprimidas cayó en el suelo.

"Encuentran a un hombre muerto por presuntas causas naturales en la Plaza del Caballito; sonreía plácidamente", contaba el encabezado del periódico.