domingo, 10 de febrero de 2013

Los muertos vivos: Homo Zombie

Todos pensaban que el Apocalipsis Zombie iniciaría con una bacteria creada en un laboratorio o un desastre nuclear; otros pensaban que llegaría del espacio ese motor por el cual los muertos se levantarían de sus tumbas o de sus lechos para comerse a media humanidad. Vivíamos engañados, el gen zombie estaba en nosotros.

Estaba en nuestra sangre, en nuestros huesos; estaba en nuestros hombros cada vez que rozaban el hombro del otro en el transporte público. Latía en nuestro corazón lleno de furia mientras esperábamos en el tráfico; en el estómago cada vez que veíamos a un político abusar de la demagogia. Se sentía vivo y fortalecido con el odio.

Ya éramos zombies bien vestidos compartiendo asiento en el transporte colectivo, en los restaurantes. Nos dábamos la paz en misa calmando el hambre de arrancarle de una mordida un pedazo de carne al otro. Disimulábamos muy bien la condena.

Fue así que un día, harta de los empujones del señor de junto, la secretaria que viajaba rumbo a su casa no pudo más y dejó salir al zombie. Soltó la bolsa y el gen del muerto vivo empezó a brotar de su frente brillando entre las gotas de sudor. Cuando el bolso cayó en el pie del gordo, levantó la vista y pudo ver los ojos ya muertos de la secretaria; ésta, soltó la mordida hambrienta en contra de la cara del gordo mientras su largas uñas de acrílico se aferraban a su yugular.

El pánico, el miedo y el enojo detonaron el gen del resto de los viajantes, así empezó el Apocalipsis Zombie. Siempre se lo dije al señor Alcalde: el pésimo servicio de transporte de la ciudad provocará un lamentable accidente un día de estos.


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