jueves, 25 de octubre de 2012

Temor

Tengo temor de que las palabras que me trago al estar atoradas en la garganta tengan faltas de ortografía el día que me anime a liberarlas.

miércoles, 17 de octubre de 2012

Los muertos vivos

“Emparéjale a la puerta que se meten los zombies.", decía mi abuela riéndose en aquellos días en que nos habíamos acostumbrado a su presencia.

Los veíamos llegar por el camino y era la señal de que el ocaso se acercaba. Ellos sabían que en la noche era más fácil encontrar alguna víctima. La noche era lo peligroso, después de tantos años de convivencia sabíamos que el día nos pertenecía a los vivos y la noche a ellos.

Los vivos, los sobrevivientes. En un principio era un orgullo llamarse así; ahora, con pocos alimentos y con los escasos bienes que nos quedan estamos igual de muertos en vida que ellos.

Cuando aseguramos el rancho cavando zanjas y poniendo púas en las bardas, nos dimos a la tarea de caminar al pueblo y recorrerlo buscando comida, cualquier cosa que pudiera servirnos de arma y claro, otros sobrevivientes que pudiéramos alojar en el rancho.

Vimos cosas que jamás nos hubiéramos imaginado. Cuando "ellos" llegaron, todos vivíamos un día normal; los niños en la escuela, los hombres en el campo y las señoras en su casa o en la iglesia.

La iglesia, creo que eso es lo más feo que recuerdo. Mi tía Martita quedó ahí. Teníamos días buscándola, pensamos que se habría ido en los camiones del ejército. Ella vivía sola en el pueblo y los militares vinieron de noche por la gente, por eso los que no vivíamos allá nos quedamos a la buena de Dios.

Una vez peinado el pueblo, el único lugar que nos quedaba por revisar era la iglesia y el dispensario. De ahí pudimos sacar medicinas, curaciones para lo que se ofreciera y algo de alimento. Entramos a la nave de la iglesia y estaba vacía, lo malo estaba en la sacristía. Ahí se encerraban todas las tardes las de la vela perpetua a rezar con el padre.

Todos estaban muertos dando vueltas como poseídos, también mi tía Martita. La pobrecita nada más apretó el rosario que llevaba todavía en la mano cuando mi tío Juan le clavó el machete en la cabeza. Cuando regresamos al rancho y le contamos a la abuela que se había convertido en uno de ellos, dijo: "Siempre se lo dije, ponte a hacer algo de provecho, Marta. Estar metida en la iglesia no te va a dejar nada bueno. Mira, hasta solterona se quedó la muy tonta".

¿Lo más gracioso? Cuando una noche escuchamos mucho ruido. Los perros ladraban mucho y salimos a ver qué pasaba porque según nosotros cercas y zanjas estaban bien puestas. En medio de los maizales, el viejo Ramiro daba vueltas persiguiendo a los perros con un trinche que le atravesaba por la mitad del cuerpo. Mi tío y yo nos reíamos de que el viejo, que en vida mal miraba a medio pueblo por ser el más rico de la región, ahora ni un mendigo perro se podía comer. Mi abuelo nos alcanzó, miró lo que pasaba y le dijo a mi tío: "Ya Juan, mata a ese desgraciado. Suficiente castigo tuvo con ser tan pendejo en vida".

Aquí estamos. Han pasado más de 8 años desde que ellos, los zombies como dijeron en el radio, llegaron caminando desde el norte. Mis abuelos se hacen cada día más viejos y sólo me quedan ellos y mi tío Juan. Mi papá, después de que se murió mi mamacita se fue para el gabacho. La mera verdad se me hace que él ya también está muerto. A veces sueño que entra caminando por el camino viejo, convertido en zombie, buscando que su gente le dé la paz que necesita clavándole un machete en el mero seso.