sábado, 25 de enero de 2014

La muerte más estúpida

Siempre he pensado que moriré de la manera más estúpida.

Una vez soñé que iba caminando por la calle con mi hermano y de repente, me resbalaba en una bajadita de la banqueta de una calle de La Condesa. Caía cuan pesada soy y mi cabeza recibía todo el golpe. Mi hermano me ayudaba a levantarme, yo me tocaba la cabeza porque la sentía mojada. "Debe ser por la sangre", suponía hasta que veía mi mano llena de masa encefálica y sangre. "Mira, me abrí la cabeza. Me voy a morir", le decía a mi hermano mientras nos reíamos. Vaya pendejada.

Seguramente me atragantaré con algo de comida o agua. Desde que me retiraron las amígdalas, tengo la predisposición a ahogarme con cualquier cosita, ya sea una gota de agua o una migaja. Esa es otra opción, morir asfixiada. Vaya drama.

Siempre he pensado que moriré de la manera más estúpida. Así, rápido, que no le hallen ni pies, ni cabeza, ni una explicación. O tal vez me mate el cáncer de pulmón por fumar y sea cierto lo que dicen las cajetillas de cigarros.

El medio hermano de mi padre, uno de mis tíos favoritos, murió de un regaderazo. No, no se resbaló: un día decidió ahorcarse en la regadera. En lugar de suicidio, prefiero pensar que mi tío murió de un regaderazo y no quitándose la vida. Así lo hago para sonreírle a su recuerdo.

Espero que la gente piense así al contar mi muerte y que al final, no puedan seguir contando la historia porque los mate un ataque de risa.

Siempre he pensado que voy a morir de la manera más estúpida. El tiempo me dará la razón.


No hay comentarios: