domingo, 21 de junio de 2015

Roto



Quiero pensar que después de todo no se puede estar tan roto.

O tal vez sí; habría que estar lo suficientemente roto, muy cuarteado para dejar escapar sonrisas, risas y carcajadas de vez en cuando; para dejar escapar el hambre de ver cosas bellas, de maravillarse ante ellas; para escaparse entre las ruinas en busca de un poco de sol que te queme la piel o un poco de lluvia que te erice el cuerpo.

Hay que estar lo suficientemente roto para tener la idea de salir a caminar sin rumbo, para dar vuelta ahí donde se fija el instinto de la mirada; hay que estar lo suficientemente roto para dejar escapar la ilusión de encontrarse con todos esos pedazos que hemos dejado o nos han arrebatado en el camino.

Gran responsabilidad es reconocerse roto porque una vez que has encontrado todos tus fragmentos o tienes las suficientes piezas juntas, debes seguir adelante, cargándolos en las manos, llevándolos en la bolsa de la chamarra, en algún álbum de fotos en tu celular o en una playlist que suena en tus oídos.

Lo suficientemente roto para saber quién o qué te puede romper y darle el poder —o negarle el placer— de volverte a romper.






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