jueves, 16 de agosto de 2012

Bienvenida



Tengo muchos olores pegados a los recuerdos. Olor a tierra mojada, perfumes, personas... Pero los que más tengo pegados a la memoria son los de la comida de mi bisabuela.

Mis papás se divorciaron en el 88; nos alejamos de su familia durante 4 años. Mi hermano fue el primero en regresar de visita y después yo. Ese día es un recuerdo clarito.

Quedamos de vernos con mi tío en Tepito para buscar el Use Your Illusion I, de los últimos LP's que compramos. Yo iba muy nerviosa porque los vería de nuevo. Cuando vi a mi tío le di un abrazo fuerte, pero por dentro temblaba. Todo el camino me abrazó y me protegió con su mano en el hombro. Era tanta la emoción del reencuentro que permanecí callada como siempre me pasa. Enmudezco por los nervios, me da pánico escénico. Tepito era el barrio bravo aún transitable que hoy se extraña.

Llegó el momento de ir a casa a comer, a Valle Gómez, a Mapimí. Estaba nublado y los niños jugaban en el patio de la unidad como siempre; si regreso a ese lugar algún día, espero que por lo menos eso permanezca así. Estaba nublado. El departamento de mi bisabuela rodeado de macetas como siempre.

Entramos y ella estaba en la cocina; chaparrita, gordita, con su cabello lleno de canas recogido sólo de la mitad como siempre, como la dejé la última vez. La abracé también nerviosa con el temblor dentro de mi cuerpo. Siempre nos apretujaba y nos besaba. 

La unidad donde todavía vive mi tío se construyó en el predio que era de mis bisabuelos; con los sismos del 85, vino la expropiación y la casa inmensa de mi infancia se convirtió en un departamentito de 2 cuartos y una estancia con la "Renovación Habitacional". Mi bisabuela se negó a deshacerse de muchos de sus muebles y, por lo mismo, a veces no cabíamos en la mesa y mucho menos en la sala que constaba sólo de un sillón. 

La mesa ya estaba puesta; el mantel de flores anaranjadas y su plástico transparente, los vasos de florecitas rojas de siempre, los platos con el mismo decorado, el guacamole en su cazuelita de barro. Todo seguía como la última vez que los vi. Mi bisabuela no era la gran cocinera; no salía de los mismos 5 platillos de siempre, pero nadie los sabe preparar como ella. Bueno, ni mi mamá. Ese día comí la pechuga de pollo empanizada más rica de mi vida, del tamaño de la oreja de un elefante acompañada de papas a la francesa y su guacamole. 

No encontraré otra pechuga igual, unas enfrijoladas como las de ella, su cuete mechado,  su café con leche servido en taza de veladora de cristal blanco con orillita de flores rojas como el que nos daba. No habrá un pozole  como el que preparaba ella. Esos sabores y olores se me quedaron en la boca y en los recuerdos para siempre y nadie los podrá suplir. Ni siquiera el más rico de los sushis o el café preparado por el mejor barista del mundo. Todo eso se acabó cuando ella murió hace 10 años. 

Hoy comí pechuga empanizada con papas y me acordé de mi abuelita Angelita y esa bienvenida. 

    




1 comentario:

Araceli Gallardo Peña dijo...

Gracias por compartirlo Fátima...
Los olores ylos recuerdos, yo hago con mucho dolor rituales para recordar a mis abuelas...
Como "ponteduros", membrillos, granadas, sandwiches de jalea c/mantequilla de maní, nomás pa'recordarlas, aunque se me haga el nudote en la garganta.

Bonitos tus recuerdos.

Abrazos.