El público expectante observaba a la trapecista columpiarse en las alturas. Ella, fijaba su vista temerosa en el piso de la pista del circo aferrada a las cuerdas de su trapecio.
Nadie sabía, ni siquiera ella, que el hipnotista de la feria cansado de sus desprecios, había sembrado en su mente el pánico a las alturas al susurrarle al oído: "La rama que cruje".
Lo que también ignoraban, es que bastaría con la rechifla del público para provocar que la trapecista cayera desde las alturas.
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