viernes, 10 de junio de 2011

El Cazador Cazado III

Se  encerró a piedra y lodo. se encerró en el silencio; dejó de frecuentar los mismos lugares, la música que pudiera recordarle. Así como en esas canciones que se prometió no dedicarle.

No pudo.

No podía evitar sentirse atada a él todavía. Había noches en que su cuerpo se retorcía en la cama recordando esas llamadas; él le pedía  que se masturbara y le permitiera escuchar sus gemidos. Recordaba aún esas palabras que le hacían estallar  en gritos y recordaba como él callaba esos gritos con besos. Por más que quisiera, su deseo aún estaba atado a él.

Aún estaba ahí esa tristeza que la atacaba de repente en el momento menos esperado, en el momento en que ya había fumado su cigarro diario y no había razón para justificar el sentarse en la escalera con la mirada perdida en la nada.

Sabía que, a pesar de ellos, su historia existía. A pesar de que lavaran las sábanas mil  veces, de que le quitarán el polvo a las mesitas de noche y no dejaran lugar para el recuerdo en ningún librero; a pesar de que se cambiaran de barrio, las palabras estarían en su cabeza esperando atacar en el momento más oscuro.

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